2008/04/05

Chioggia


Con esta imagen gané el Segundo premio en el I Concurso “Escorzos y Vistas de la ciudad de Chioggia” convocado por la Asociación Cultural Teatrio en Italia, el texto es de mi novia y acompañará mi imegen en el catalogo que editará la misma asociación.

Clodia era el nombre que sus padres le habían dado, y Clodia era un nombre que había aprendido a odiar sabiendo desde el principio de sus días que algo andaba mal. Clodia era un nombre que no aparecía en ningún libro conocido y Clodia no era Clodia, por que no sabía siquiera que era una Clodia: que formas tenía, cual era su olor, que sonidos emitía. Alguna vez preguntaría a su madre ¿Por que Clodia es mi nombre? y la madre, señalando el cielo, le explicaba que entre las nubes se encontraba la respuesta. ¿En qué nubes? Eso no lo decía su madre, eso se lo guardaba para ella, pero la solución no se encontraba en nube alguna que ella conociera. ¡Cómo le gustaban los acertijos a su madre! o quizá ella tampoco sabía la respuesta y Clodia había nacido simplemente Clodia, sin ningún lugar a dudas, cambios o reproches. Y como todos, Clodia creció sabiéndose Clodia sin entender que era ella a ciencia cierta, vivió su vida como veía que lo hacían todas las demás personas, se casó, tuvo hijos y estos hijos tuvieron hijos, pero Clodia supo siempre que algo andaba mal. Clodia envejeció y pasaba los días viendo las nubes, buscando formas, texturas, buscando aquella que le explicara que era una Clodia y por que ella lo era, buscando aquello que añoraba, intentando recordar algo tan olvidado que ya no podía ni siquiera pensar en ello. Y un día al ver su cara en el espejo ya no veía a la misma Clodia de antes, la mirada no brillaba, la risa no asomaba, la pie se resquebrajaba, y es que algo andaba mal, el espíritu de Clodia se había roto en algún momento y se había perdido en algún lugar. Paso el tiempo (Qué el tiempo siempre pasa, incluso para Clodia) y Clodia comenzó a viajar, siguiendo las nubes, dejando que los mares y las aguas la llevaran a su antojo, y tal vez fue cosa de suerte, destino dirían algunos, cuando la fresca brisa al desembarcar le dijo que había llegado a casa, un lugar que nunca antes había escuchado nombrar, pero de algún modo le resultaba reconfortante, quizá por que se le antojase familiar, quizá por que la recibía con los brazos abiertos, como a una hija perdida. Clodia camino por los puentes y el fino aroma de las rosas se mezclaba sutilmente con el frescor casi agobiante del pescado en los mercados, en el que Clodia reconoció su propio aroma, Clodia fue recordando y recordándose y navegó en sus balsas y en el reflejo del agua por fin encontró algunos pedacitos de su espíritu perdido. Clodia recorría las calles y se asomaba a los rincones, entraba a los teatros, a y pieza por pieza, sombra por sombra, Clodia zurcía su espíritu, remendándolo por aquí y por allá. Pero faltaba algo. Ya casi al anochecer, cansada de tanto buscar, Clodia llegó al puerto, las redes de los pescadores recogidas, las bricolas recortándose entre las sombras. Un jovencito en bicicleta acertó a pasar por ahí y, preocupado por el aspecto tan extenuado de la vieja mujer, preguntó si se encontraba bien.

-Estoy bien, hijo. Me estoy esperando a mi misma. No tardaré mucho en llegar.

El chico siguió su camino (Probablemente pensando como todos pensaban, “loca, loca”) y Clodia se levantó del banco donde descansaba. Ya comenzaba a anochecer y el brillo del cielo se confundia con el del mar, y entonces, en ese justo momento, Clodia encontró lo que toda su vida había buscado: aquel remolino de nubes que la envolvía, que la incendiaba. Y Clodia entonces pudo recordar sus nombres: Clodia, Cluza, Clugia, Chiozza, Chioggia. Y Clodia encontró de nuevo su espíritu, fuerte, jóven, salado y marino. Y ahí, fundida con las nubes, arropada de salitre y niebla, todo estuvo bien.


Mariana Rodríguez

2008/04/04

2008/04/03