Se supuso que el licornio no podía ser capturado por ningún montero, pero que una mujer pura, virgen de mente, de corazón y de cuerpo era una atracción irresistible para él, y era la única que podía capturarlo. Una vez que el animal la había descubierto, decían que se arrodillaba ante ella, apoyaba la cabeza en su seno y la acariciaba dulcemente. Era el instante en el que el cazador traidoramente escondido justo al lado, se acercaba y le daba al licornio el golpe mortal, o bien le pasaba la traba que lo dejaba cautivo.
L. Charbonneau-Lassay, El Bestiario de Cristo, T. I, 1997, p. 339
L. Charbonneau-Lassay, El Bestiario de Cristo, T. I, 1997, p. 339
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